¿Eres una clean lifer (la tendencia de la que todo el mundo habla)?
Clean (literalmente significa limpio) se ha convertido en la tendencia del momento en muchos terrenos y que, en cosmética, se asocia esencialmente a pureza y transparencia de las fórmulas, autenticidad de los productos, sostenibilidad y responsabilidad de la marca. Viene a ser algo así como la belleza no tóxica y no deja de ser la consecuencia y una reacción lógica a la quimiofobia imperante.
La corriente clean surgió como el siguiente paso al movimiento natural o verde, algo desnaturalizado a estas alturas por la profusión de mensajes no del todo legítimos de muchos productos que buscaban un trozo del gran pastel ecológico. En el último año, sin embargo, el término se ha convertido en un fenómeno viral y una tendencia global en la que cada vez más consumidores tienen puestas todas sus expectativas. Y esto es así, porque estamos cambiando nuestra relación con los químicos, la higiene, los contaminantes y la salud, una metamorfosis que está teniendo un efecto amplificado en el sector de la belleza. De hecho, a finales de 2017, por ejemplo, la mayoría de las marcas de cosmética se habían subido al carro de las fórmulas anticontaminación para contrarrestar los efectos de lo que se considera la polución moderna, un término que aglutina la contaminación producida por el tráfico y los motores diésel (el 70%) de las grandes ciudades así como la contaminación interior: los partículas tóxicas que desprenden algunos muebles, los aires acondicionados o la luz de los dispositivos electrónicos... Nos hemos dado cuenta que son muchos los frentes que tiene abiertos nuestra piel y nuestro organismo; y en esta contienda, la cosmética clean ha llegado para erigirse también como garantía y custodia de la salud de la piel y del planeta, defendiendo la transparencia de ingredientes (naturales o no) y definiéndose como auténtica, honesta y sostenible. Esta tendencia es una consecuencia más de la quimiofobia imperante y un reflejo de los nuevos tiempos, donde las fronteras entre salud, belleza y bienestar están más diluidas.
Efectivamente, según un análisis de tendencias de Euromonitor Internacional, para la próxima década se prevé un crecimiento del enfoque más holístico del bienestar que abarca el aspecto espiritual y mental junto con la salud física, “lo que implica un cambio de estilo de vida más amplio y la evolución de actitudes hacia el cuidado de la salud, la nutrición, la belleza, la actividad física y la superación personal en general”. Una corriente que enlaza con el progreso de una filosofía de vida más ética. ”Esto se traduce -explica el informe de Euromonitor– en decisiones enmarcadas en preocupaciones sobre el medio ambiente, la sostenibilidad, el bienestar animal, las prácticas productivas y laborales, así como el deseo de impactar positivamente a las comunidades y personas. Esta tendencia está impulsada por tres factores: conciencia, disponibilidad y asequibilidad”. Un contexto que está impulsando el desarrollo de una cosmética que abraza esos valores y tiene en cuenta esas inquietudes. Lo decíamos hace unos meses en las páginas de Vogue, “la industria de la cosmética ha tomado cartas en el asunto para convertirse en fiel compañera de viaje de una creciente legión de consumidores que hacen de su estilo de vida un manifiesto por la naturalidad, la autenticidad y, en última instancia, por la preservación de la especie. Se les conoce como clean lifers y son militantes activos de una corriente global que recorre la moda, la alimentación, la belleza e incluso el diseño y cuya razón de ser persigue eliminar o reducir todo aquello que puede ser nocivo para nosotros, los demás o el medio ambiente”. De esta forma, según expone otro estudio de tendencias de Euromonitor, «los clean lifers eligen antes relajarse en casa que ir a una discoteca, y prefieren gastar su dinero en experiencias –escapadas de fin de semana, festivales y restaurantes– o socializar de forma saludable con encuentros colectivos de yoga u otro tipo de deportes». A la industria le ha quedado claro, y las compañías están virando también hacia un posicionamiento más limpio con el fin de atraer a esos consumidores que entienden que la transparencia y la honestidad de los productos son un derecho básico.
Sin embargo, por muy cool que resulte alinearse con los principios del movimiento clean, sigue resultando algo confuso determinar la fina línea que separa un producto ‘limpio’ de otro que no lo es. No hay una definición estandarizada ni un organismo que unifique los criterios o concrete los requisitos (como sucede con la cosmética orgánica) que han de cumplir estos cosméticos, lo que hace que estén más sujetos a la interpretación de cada cual. No obstante, poco a poco, los actores de esta industria intentan esclarecer los términos. Por ejemplo, la revista Allure consideró hace un años que bien merecía la pena crear la categoría clean para sus premios The Best Beauty. Al mismo tiempo asumía el reto de investigar y descifrar qué significa clean en cosmética, para poder identificar cada año los mejores lanzamientos de esta categoría porque, explicaban, “cuando se aplica a los sueros y champús que usamos todos los días, clean puede significar cosas muy diferentes para diferentes personas (y diferentes marcas y diferentes minoristas)”. En consecuencia, su objetivo era determinar, con la ayuda de expertos en distintos campos científicos, qué ingredientes creían que no debía contener un producto de belleza "limpio" por presentar riesgos para la salud o ser potencialmente irritantes. De esta forma la cabecera de belleza estadounidense estableció lo que denominó el standard Allure y lo aclaran: “Después de consultar a químicos, toxicólogos y dermatólogos, esto es exactamente lo que queremos decir cuando usamos la palabra "limpio": sin parabenos, ftalatos, filtros solares químicos, lauril sulfato de sodio o lauril sulfato de sodio, siliconas, polietileno o polipropileno (microperlas), formaldehído, hidroquinona, tolueno, aluminio metálico, PEG, triclosán, talco, aceite mineral o vaselina”.
De todas formas, aunque ahora es su momento, ya hace una década que Rose-Marie Swift, creadora de RMS Beauty, lanzaba la que se considera la primera firma de cosmética clean con unos productos, ahora convertidos ya best sellers, conocidos por la pureza de sus fórmulas. Unas fórmulas elaboradas con ingredientes crudos y orgánicos (con sus vitaminas y antioxidantes intactos), fórmulas libres de metales pesados, sin ingredientes modificados genéticamente, libre de químicos, sintéticos y nanopartículas; packaging mínimo, y todo es biodegradable, reciclable o reutilizable”, unos criterios que también ayudan a distinguir y definir esta nueva generación cosmética.
Es cierto, que eliminar parabenos o siliconas sustituyéndolos por ingredientes alternativos, a ser posible naturales, respetuosos con el organismo, la piel y el medio ambiente se está convirtiendo en una praxis generalizada. Pero también son muchos los que se preguntan ¿dónde empieza la honestidad y termina el coqueteo del marketing?
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